Bienvenidos a Salseo en el aula, el lugar donde aportaré mi punto de vista más personal sobre interacciones con mis estudiantes a lo largo de estos años. No mencionaré nombres ni centros; de todas formas, si alguno de los protagonistas llega a leer esto y se siente aludido, espero que sea para traerle algún buen recuerdo o una sonrisilla furtiva.
Esto me ocurrió en un Centro de Adultos. Era un grupo con muy pocos alumnos y casi todos eran más mayores que yo. Gente comprometida y decidida a aprender sin mayor pretensión (no era un curso evaluable; no había un título en juego). En uno de aquellos apreciadísimos momentos distendidos en los que nos olvidábamos por un rato de los contenidos y charlábamos sin más, surgió algún tema de actualidad. No recuerdo exactamente cuál era, pero estábamos disfrutando de compartir nuestros puntos de vista. Una de las alumnas, casi jubilada, permanecía atenta a lo que decíamos los demás, pero no participaba. 3 o 4 alumnos y yo estábamos especialmente enfrascados en el tema, y deseé extenderlo al resto de la clase. Así que pregunté a Manuela (nombre ficticio): “Manuela, ¿y tú qué opinas de todo esto?”
Ella me respondió: “Es que yo soy feliz cada mañana solo con despertarme, abrir la persiana y ver el sol”.
A veces, cuando estoy molesto o preocupado, miro a la ventana y me acuerdo de Manuela. Y el día, siempre, coge otro color.
A volar también se aprende.